jueves, 15 de abril de 2010

Cápsulas Martianas



Colaboracines de nuestro cordial amigo Delfin Leyva



El Colegio de Mendive ha cerrado sus puertas por orden de las autoridades y el padre de Martí, alarmado por el poema revolucionario de su hijo, le prohíbe asistir al Instituto. La familia se ha trasladado a Guanabacoa. La actividad de Martí se reduce a visitar cada noche la casa de su amigo Fermín Valdés Domínguez, donde ambos reciben clases de francés. Poco después trabaja en el despacho de don Cristóbal Madan.

El momento de la primera prueba se acerca. Los voluntarios españoles, que desfilan una tarde frente a la casa de Valdés Domínguez, se creen objeto de la burla de los jóvenes Eusebio Valdés Domínguez, el profesor de francés Atanasio Fortier y su amigo Sellen. Se los llevan presos y poco después a Fermín, que llega a la casa. Realizan un registro y hallan una carta dirigida a Carlos de Castro y Castro, que firman a la par José Martí y Fermín Valdés Domínguez.

Decía la carta:

“Compañero: ¿has soñado tú alguna vez con la gloria de los apóstatas? ¿Sabes tú como se castigaba en la antigüedad la apostasía? Esperamos que un discípulo del señor Rafael María Mendive no ha de dejar sin contestación esta carta.”

Carlos de Castro era un condiscípulo que se había enrolado en los ejércitos de España y los jóvenes patriotas se lo echaban en cara. Era suficiente. Ambos fueron detenidos. Después de un año de prisión, fueron presentados ante Consejo de Guerra. Los dos reclamaban para sí la paternidad de la carta. Martí lo hizo con más vigor. Sentencia: Fermín Valdés, seis meses de arresto mayor; José Martí, seis años de presidio.

El 4 de abril de 1870, a los 17 años, hace su entrada en presidio. Pelado al rape, provisto de un pequeño bulto de ropa, numerado con el 113, y con grillos al pie que le lastimaban a cada paso, comienza su calvario en las Canteras de San Lázaro.

Una foto con el traje de presidiario y el grillete la dedica a su madre:

Mírame, madre, y por tu amor no llores:
si esclavo de mi edad y mis doctrinas,
tu mártir corazón llené de espinas,
piensa que nacen entre espinas flores.

Los horrores del presidio los describirá, con santa ira, y los arrojará sobre el gobierno español en un folleto que editará en Madrid, “El Presidio Político en Cuba”.

Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas.

Dolor infinito, porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás.

Dante no estuvo en presidio.

Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su infierno. Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor.

¿Qué es aquello?

Nada.

Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado en la misma calle, junto a la misma casa, en la misma ventana donde un mes antes recibíamos la bendición de nuestra madre, ¿qué es?

Nada.

Volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la blasfemia, del golpe y del escarnio, por las calles aquellas que meses antes me habían visto pasar sereno, tranquilo, con la hermana de mi amor en los brazos y la paz de la ventura en el corazón, ¿qué es esto?

Nada también.

¡Horrorosa, terrible, desgarradora nada!

Era el 3 de abril de 1870. Meses hacía que había yo cumplido diez y siete años.

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