lunes, 24 de agosto de 2009

DIRECTO DESDE CUBA




Y la tarjeta Propia, ¿dónde está?
Por Jesús Emilio Hernández Figueroa. Periodista Independiente

Colaborador de Cuba Entre Rejas.

En un país como Cuba, en el que a un sistema de gobierno totalitario sencillamente le ha dado de capricho el negar la propiedad privada como derecho del ser humano y le da una importancia vital al uso, no privado, sino colectivo de los medios, tener un teléfono fijo en las casas es un lujo que cualquier cubano envidiaría.

En un país como Cuba, donde los teléfonos escasean en las casas y abundan en las calles para el servicio público, hacer una simple llamada puede resultar desde una larga e interminable espera hasta una violenta pelea, que puede terminar con heridos, y en el menor de los casos, también muertos.

Hace ya algunos años que el Gobierno de Cuba, en un intento por digitalizar y “modernizar” las señales telefónicas del país, llevó al uso público teléfonos fijos que funcionaban con unas tarjetas prepagadas que se conocen como “Propia”, las cuales tenían un precio de 5 y 10 pesos en moneda nacional, y después podían ser recargadas con un saldo mayor.

Este sistema telefónico por medio de tarjetas prepagadas era una ventaja para los clientes, quienes vieron en esto una oportunidad para “quitarse de encima” los molestos teléfonos por menudo, sin temor a que la peseta, o el peso, se trabara y no la devolviera, o a que el botón del recall no funcionara y no se pudiera hacer otra llamada con el resto del menudo, teniendo entonces que colgar, perder dicho menudo y volver a insertar otra peseta.

Como en Cuba “todo es victoria” y “nunca reveses”, a los encaprichados dirigentes se les ocurrió una idea “brillante”: “Quitamos los teléfonos por menudo y los sustituimos por los de tarjeta Propia”, y como siempre el pueblo cargó con el peso de los errores y las decisiones mal tomadas. Gracias a Dios que no sustituyeron completamente dichos teléfonos, pues ahora las tarjetas Propia son las que brillan por su ausencia.

En un país como Cuba, donde se tiene una deuda externa de millones de dólares y una economía completamente destruida, se continúan tomando malas decisiones que, obviamente, recaen en el pueblo.

En Cuba, donde no se produce casi nada y aproximadamente el 80 por ciento de todo es importado, incluyendo la dichosa tarjeta, el Gobierno no tiene el presupuesto necesario para costear las tarjetas que se han hecho imprescindibles para efectuar una mera llamada telefónica. Razón por la que escasean las ventas al pueblo y se han convertido en desaparecidos espejismos populares.

Abundan los teléfonos para el uso colectivo, pero no hay tarjetas Propia, y muy pocos sirven por menudo, o están “fuera de servicio” o sólo se puede marcar “llamadas de emergencia”. Un técnico de la Empresa de Telecomunicaciones (ETECSA) que pidió el anonimato comentó que estos teléfonos por menudo tienen ya mucho tiempo de uso y que cualquier suceso, desde un medio (5 centavos) trabado hasta un pequeño desperfecto pueden convertir un “Inserte moneda” en un molestísimo “Sólo puede efectuar llamadas de emergencia”. El mecánico también expresó que ETECSA sólo dispone de cuatro técnicos para dos municipios enteros como Regla y Guanabacoa, y que para ellos es muy engorroso verificar la disponibilidad de todos los teléfonos en los mencionados municipios. Y aunque se alega que ante cualquier rotura se debería informar a los técnicos, esto en la práctica es muy diferente, ya que se obvian responsabilidades y prevalece la demora y los pretextos sin justificación.

Debido a toda esta Odisea, el cubano que no cuenta con la lujosa necesidad de tener un teléfono fijo en su vivienda, ni corrió con la suerte de adquirir las últimas tarjetas vendidas por el Estado, tiene que recorrer medio municipio –a pie, pues no tiene automóvil– y después de poco más de media hora buscando ¡Al fin, apareció! ¡Un teléfono que sirve! Uno… Uno entre tantos alrededor. Ahora que encontró un teléfono disponible, el cubano tendrá que pedir el último y hacer lo que más sabemos hacer: “Hacer colas”. Afortunadamente, sólo hay tres o cuatro personas para llamar y sólo serán más de media hora también, pues como el cubano no tiene otro medio para establecer una comunicación con su hija enferma que vive a cientos de kilómetros, o con su jefe o compañeros de trabajo para comunicarles algo importante para el día siguiente, o sencillamente llamar a la esposa que se encuentra lejos para decirle “te amo” y preguntarle cómo le fue el día, a esa hora se le juntan todas las llamadas. Entonces vienen, primero, las quejas y después, las palabras ofensivas de quienes esperan impacientemente para usar el tan codiciado artefacto telefónico, palabras ofensivas que pueden desencadenar una agresión física. Ahí comienza la discusión, primando el intercambio de insultos entre la persona que ve como un derecho suyo el uso del teléfono público para hacer cuantas llamadas necesite y la otra que no tiene el principio moral ni el valor de transmitir su queja a las instancias de ETECSA, o incluso a organismos superiores como el Poder Popular y el Consejo de Estado, y le es más fácil y menos riesgoso pelearse con su semejante en desgracia.

Es ahí donde el pueblo cubano, tan adaptado a no pensar por ellos mismos y a actuar de una forma tan mecánica, debería entonces meditar: ¿Es necesario pasar por todo este bochorno y humillarnos tanto? ¿Tenemos nosotros mismos la culpa de todo esto? ¿Tiene realmente la culpa el bloqueo? Y la tarjeta Propia… ¿Dónde está?

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