sábado, 28 de marzo de 2009


Aquel juicio siniestro
Tania Díaz Castro


LA HABANA, Cuba, marzo (www.cubanet.org) - En la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en marzo de 1971, en una pequeña sala custodiada por policías vestidos de civil, se celebró aquel juicio siniestro al poeta y escritor Heberto Padilla, con idénticas características a los que en la hoy difunta URSS se había realizado durante años contra los intelectuales que pensaban con cabeza propia.
Días antes, en uno de los tantos agresivos discursos que pronunciaba, el Comandante en Jefe había anunciado importantes revelaciones sobre una nueva conspiración de la CIA, con el propósito de relacionar al poeta, en aquellos momentos preso en sus tenebrosas cárceles de la Seguridad del Estado, en una conspiración que nunca llegó a aclarar.
Casi en primera fila estaba yo. Podía ver de muy cerca los rostros contrariados de algunos escritores que opinaban igual que Padilla sobre la libertad de expresión y creación y la represión ejercida con todo aquel que se atreviera a disentir de la política castrista.Todo lo recuerdo. Forzado a guardar su telescopio y jurar como Galileo Galilei que la Tierra no giraba en torno al sol, el poeta hereje, escoltado por varios policías políticos, entró en la sala, pálido y triste. Las puertas de cristal se cerraron a sus espaldas. Se escuchó la tremenda acusación contra la obra de Dios, digo, contra la obra de Fidel Castro, como una descarga de fusilería derribando su corazón de poeta, para convertirlo en una de las víctimas más dolorosas de aquellos años.
La orden al poeta purgado estaba dada. Debía esforzarse en parecer sincero, abjurar, maldecirse, renegar de sus malditas opiniones sobre la situación política de Cuba. Había conocido bien de cerca, en el Moscú de 1963, la opresión y los crímenes estalinistas. Sin embargo, como sus palabras no le salieron del alma, no convencieron a nadie, mucho menos a aquel auditorio, incrédulo por naturaleza.
Cuando Heberto y su adorada Belkis pasaron por mi lado, le escuché decir al poeta, o tal vez me pareció escuchar que dijera, o quizás Heberto me lo dijo más tarde, aquellas palabras que nunca podré olvidar y que otros, los esclavos de la ideología castrista, por conveniencia y cobardía no quieren recordar:
Y sin embargo, se mueve…
Me pregunto si esos otros, los que nunca fueron obligados a doblar las rodillas ante el verdugo, a pesar de haber vestido también el sayón blanco de los penitentes, recuerdan hoy el grito infinito del poeta marginado, despreciado por las autoridades castristas y muy cerca del tan concurrido paredón de fusilamiento. Heberto Padilla sufrió años de destierro. Una mañana otoñal fue encontrado muerto en su apartamento de Alabama, Estados Unidos. Por la placidez de su rostro, dicen que parecía dormir. Había muerto como mueren los buenos: a solas, sin molestar a nadie, en silencio, a la luz de la luna. Soñando con la muchacha que siempre moría entre sus brazos.














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